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H. MEUFFELS: SANTA LIDUINA-LYDIA DE SCHIEDAM. CAP. 1 Y 2

CAPÍTULO 1

Durante una fiesta de familia se ve a menudo el reconocimiento de todos, parientes e invitados, manifestarse con emoción hacia una vieja sirviente.  A pesar de sus labores ha gozado más que nadie de la felicidad de todos. Hace ya cuarenta o cincuenta años que vive con esta familia. Ha conocido y servido los padres y abuelos de este joven clero, de estos recién casados de hoy. A su discreta entrega se deben las costumbres tradicionales de orden y de paz que han mantenido esta casa en el confort y la prosperidad. No es de sorprender que todos los miembros de esta familia hayan rendido un verdadero culto de reconocimiento y amor a esta discreta y humilde persona. 
Así, en la gran familia humana, existen de esas humildes almas y, aparentemente inútiles, que han llegado discretamente a ocupar un sitio importante en la historia de un pueblo o incluso de la humanidad entera. Santa Liduina de Schiedam pertenece a esta categoría. Durante toda su suyas, y después de su muerte es universalmente querida. 
Entorno histórico. 
Su vida transcurrió entre los años 1380 y 1433, en tiempos de grandes crisis nacionales y religiosas, de luchas fratricidas entre “Gelfes” y “Gibelinos”, “Hameçons” y “Cabillauds”, “Armañacs” y “Borgoñones”, tiempos de la guerra de Cien Años y de los acontecimientos que desembocaron con la toma de Constantinopla por los turcos. Era la época turbia del Gran Chisme de Occidente donde la Iglesia desorientada daba, más que durante las persecuciones sangrientas, la prueba sin replica de su fundación (origen) divina, porque ninguna institución humana hubiera sobrevivido a este desorden donde 2 y hasta 3 Papas, puede ser que de buena fe, se peleaban entre sí por el gobierno de la Iglesia de Cristo.  Era la época, donde una grave y casi general descompostura de la disciplina cristiana, abría el camino a la revolución religiosa del siglo 16, que, a falta de hacerse con autoridad y misión legitima, fue deplorable y peor que el mal que pretendía curar.
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En estos tiempos de turbulencias y desgracias, donde mujeres como, Caterina de Siena, Colette de Corbie o Juana de Arco recibieron una misión sin tapujos y pública, la misión de Liduina, su contemporánea, fue la de la dulce criatura que sufre, y que a la par de sus émulos en santidad, ejerce no obstante una influencia que desborda el país y el tiempo de los cuales fue testigo. Fue una de esas almas de élite que se encuentran a todo lo largo de los siglos para hacer contrapeso a las ignominias del mundo por el medio de la inmolación y los sufrimientos heroicamente aceptados, y para añadir a la eficacia del sacrificio del Calvario este complemento personal que Dios dio al hombre, con un emotivo misterio de condescendencia y bondad. Su vida entera transcurre en la ciudad de Schiedam, en el corazón del condado de Holanda, donde los príncipes de la casa de Baviera acababan de suceder a los de la casa de Hainaut. Liduina había nacido en los últimos años de Guillermo V, a quien le sucedió Alberto de Baviera (1389-1404) y Guillermo VI (1404-1414), y los veinte últimos años de su vida coinciden con el turbulento reinado de la célebre Jacqueline de Baviera. Liduina muere, el mismo año en que, vencida por los infortunios, la desdichada princesa se ve obligada de transmitir sus Estados a Felipe el Bueno, duque de Borgoña, padre del Temerario,y gran ancestro de Carlos V
Situación económica de Schiedam. 
Cuando, viniendo de Francia y luego de Bélgica, el Mosa ha atravesado el Limburgo y el Brabante y pasado sucesivamente por las ciudades de Gorcum, Dordrecht y Rotterdam, sus aguas entonces capaces de llevar los más grandes barcos del mundo, llegan en unos kilómetros en aval de Rotterdam, a la ciudad de Schiedam, antes de perderse, en una leguas más allá, en el mar del Norte. Más conocida hoy en día por sus destilerías que hacen de ella el Coñac de Holanda, Schiedam recoge a un pasado lejano hermosos recuerdos históricos. Su origen empieza en el medio siglo XIII, cuando ribereños del Mosa colocan sobre uno de sus afluentes, la Schie, un “dam”, o sea un dique, que lo canaliza y dan a la ciudad que pronto se va a construir en este sitio, el nombre típicamente holandés de Schiedam. Los habitantes, en su mayoría pescadores y marineros, se habían ganado los favores de Adelaida, hermana del conde Guillermo II
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y regenta del condado durante la minoría de Florentino V, su sobrino. Desde la Haya, fundada por Guillermo II, y donde la corte tenía su residencia preferida, Adelaida visitaba con frecuencia sus propiedades en Schiedam, cuyo castillo llamado “Casa del Río” era la más próspera.  Se ocupaba de los intereses de los habitantes con una conmovedora solicitud, reduciendo sus impuestos y obligaciones, asegurándoles les exenciones y privilegios de las ciudades libres, promoviendo los mercados y atenuando las cargas impositivas de su iglesia. Gracias a esta real gentileza y a su hermosa situación sobre el Mosa y su afluente, Schiedam bien hubiera podido pretender a la importancia comercial reservada a Rotterdam y a una influencia política como la que iba adquirir Delft, su ciudad vecina. No fue así. Demasiado dependiente de los azares de la navegación y de la pesca, laboriosa en realidad y ahorradora, pero a falta de iniciativas y envergadura, no llegó a conocer el bien-estar de las regiones agrícolas de Holanda y de la Frisa, como tampoco la prosperidad proverbial de las ciudades industriales del Brabante y de los Flandes. Durante todo el Medio Evo Schiedam se quedó en un rango segundario, haciendo eco a su melancólica divisa: “La arena fluye y pasan las horas”. Pero si la fortuna no fue la de sus ciudades vecinas, no fue por eso inferior a ninguna de ellas en históricos labores y leal fidelidad. 
Si queremos hablar de la fisionomía de la ciudad en 1380, año del nacimiento de Liduina, tenemos que suprimir del Schiedam presente todos los edificios modernos y las nuevas barriadas, y quedarnos solamente con el antiguo Centro-Ciudad con su aspecto pintoresco, así que reemplazar por canales la mayoría de las calles actuales, las destilerías por casas de pescadores de arenques, las casas de ladrillos por casas de madera como lo eran en su mayoría las casas en el Medio Evo. 
La Virgen de madera. 
Sobrepasando todo, se levantaba la vieja iglesia de San Juan Baptista, perteneciendo ahora al culto protestante. La iglesia no tenía nada de extraordinario salvo una estatua de la Virgen María muy venerada por la población y que le atribuía un origen milagroso.  Antaño, cuenta Brugman, un escultor llegó a Schiedam con una estatua de la Virgen María en vista de venderla a la ciudad de Amberes. Era de madera y tan ligera que un 
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solo hombre podía manejarla fácilmente.  A la hora de salida (del barco), veinte marineros y más no pudieron hacer desatracar el barco. Pero en cuanto el escultor y su preciada obra bajaron a tierra el barco pudo ejecutar las maniobras de despegue como de costumbre. Comprendiendo por este hecho que María había elegido este sitio, el propietario vendió la estatua al clérigo de la parroquia quien la transportó, con mucha devoción y honor hasta la iglesia de San Juan Bautista
Histórico de San Juan Bautista. 
El edificio no había sufrido todavía el gran incendio que arrasó la ciudad cinco años antes de la muerte de Liduina, su torre, entonces más elevada que hoy en día, guiaba los barcos que bajaban el Mosa. El derecho de tutela de la iglesia había sido otorgado por Adelaida a los Prémontrés de Koningsveld cerca de Delft. Normalmente para el servicio religioso de Schiedam presentaban sus hermanos de la abadía de Mariënweerd, situada a algunas leguas al noreste de Gorcum; era el establecimiento más próspero de los Norbertinos en los Países Bajos después el de Middelburg en Zelandia
Organización  religiosa y política de Schiedam. 
Aunque provista, por el curso de los años y acontecimientos, de murallas, de fosas y de cuatro grandes puertas de acceso, Schiedam no era una ciudad fortificada y no tenía guarnición. Pero nada le faltaba como cualquiera ciudad del Medio Evo con su aspecto de organización simple y familiar: tenía sus cofradías y corporaciones, sus guardias civiles y sus serenos, sus romerías y fiestas populares, su casa comunal y su escuela, su “béguinage”, institución clásica de muchas ciudades en Países Bajos y Flandes, sus establecimientos caritativos para los pobres, enfermos et huérfanos, como el hospicio de Santiago fundado y financiado por Adelaida, la casa del Espíritu Santo y el convento de Santa Úrsula de los Tercios de San Francisco.  Estos dos últimos fueron fundados cuando vivía Santa Liduina. En cuanto al convento de Santa Ana, cuyas religiosas seguían las reglas de San Agustín, y la casa de los padres “croisiers”, el único monasterio de hombres en la ciudad, fueron los dos posteriores de algunos años a la muerte de la Santa. Los magistrados de la ciudad, de los cuales se trata mucho en la vida de 
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Liduina, eran los burgomaestres y concejales, que ayudaban el representante local del Conde a gobernar la ciudad y rendir justicia. En tiempos de Liduina la población parece haber oscilado entre dos y tres mil almas. En el plano espiritual, Schiedam pertenecía al obispado de Utrecht. Esta inmensa diócesis que abarcaba casi todos los Países Bajos del Norte vivía en esta época su edad de oro bajo el gobierno enérgico de Federico de Blankenheim (1398-1423), antiguo obispo de Estrasburgo, y uno de los más famosos de sus Príncipes-Obispos: el cardenal Pitra lo llama el “Salomón de los Holandeses”. En el Gran Cisma, Utrecht estaba generalmente bajo obediencia de Urban VI, y de sus sucesores, los Papas de Roma
Un pensamiento para Liduina. 
Tal era, en grandes líneas, al final del siglo XIV, la ciudad de Schiedam, donde nació, sufrió y murió santa Liduina, la más pura gloria de esta interesante ciudad. De los cincuenta y tres años de su vida, pasó treinta y ocho años bojo los efectos de extrañas enfermedades de sufrimientos humanamente insoportables. A ninguna otra criatura humana no parece más aplicable con toda justicia las palabras que Thomas a Kempis, su contemporáneo y uno de sus principales historiadores, dijo de Jesús Salvador: “Toda su vida fue una cruz y un martirio.” (Nota: Con la diferencia que Liduina sufrió físicamente durante 38 años, y Jesús solamente algunos días.) 
La historia de la vida de esta crucificada nos llevará a entrar en contacto frecuentemente con lo sobrenatural de lo más caracterizado. De los difíciles y delicados problemas que levanta esta continua intervención del milagro, pertenece al teólogo de estudiarlos y a la Iglesia misma de confirmarlos si necesario. El historiador, él, no puede sustraerse a la obligación de relatarlos, encajarlos con los hechos pormenores que son más bien de su incumbencia. Más razón para nosotros, de avanzar en nuestro relato siguiendo guías de primero valor y absolutamente dignos de fe. Gracias a Dios, esos guías existen. Que nos sea permitido, ante todo, de presentarlos a nuestros lectores. 
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CAPÍTULO 2 
SUS HISTORIADORES
Cuando Liduina murió, en el año 1433, su nombre era ya famoso en su país. El pueblo y el clero de Schiedam, los magistrados de la ciudad, los condes de Holanda, médicos ilustres, religiosos, doctores en teología, el Coadjutor de Utrecht, en fin, los hombres con más autoridad en todos los grados de la escala social se habían preocupado por esta mujer, excepcional por el exceso de sus sufrimientos y por su santidad. Menos de cuatro años después de su muerte, algunos aspectos de su vida fueron relatados por un dominicano de nombre Herman Korner (-1437) en su “Crónica Novela”.  Es lo que explica la inscripción de su nombre en cabeza de una lista que fue remitida a Roma cuando fue sometida a juicio la Confirmación de Culto de la Bienaventurada. 
Algunos años más tarde, una “Vida de Liduina” fue escrita en holandés por un tal Jean Gerlac. De su persona sabemos solamente que era pariente de Liduina y que vivió varios años con Ella bajo el mismo techo. Todos los demás detalles que han podido darse sobre su persona son meras suposiciones, cuando no confusiones manifiestas. En cuanto a su trabajo, se difundió primero en forma de manuscrito y fue impreso únicamente al final del mismo siglo en la ciudad de Delft. A penas si se puede todavía encontrar en su forma original en alguna gran biblioteca que otra. Pero tuvo el mérito de ser la fuente principal donde Brugman recogió las informaciones necesarias para su “Vida de Santa Liduina”.  Acabamos de nombrar el verdadero historiador de la Santa, el franciscano Johannes Brugman. 
Nacido probablemente en Kempis alrededor de los años 1400, entró todavía joven en la orden de San Francisco, dio clases de teología en Saint-Omer, fue guardia de varios conventos de su orden y provincial de los Hermanos Menores de Baja-Germania, siendo en todas partes un apasionado propulsor de la Observancia (Nota: de las normas religiosas). Pero fue sobre todo un gran agitador de multitudes, el Bernardino de Siena de los Países Bajos. En este aspecto su reputación ha quedado como proverbial en nuestras regiones del Norte. Todavía hoy en día, cuando 
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queremos definir el carácter elocuente y entusiasta de un orador popular, se dice que “habla como Brugman”. Sus maneras hacían recordar a Savonarole cuando denunciaba las injusticias y los abusos. Se ha hecho muchas veces referencia a unos de sus sermones cuando se le criticó por querer instalar en Ámsterdam un convento de la Observancia. En un conjunto de interrogaciones originales se hace el mismo las preguntas delante una asamblea del pueblo y de clérigos: “¿Vamos a ver, Brugman, tan malo eres?... ¿Vas armado con grandes cuchillos para que se perpetúen los lugares de perversión? … ¿Dime Brugman, porque has venido en esta ciudad?... ¿Para qué se perpetúe el mal?... Ciertamente no, quieres proscribirlo, porque nadie quiere encargarse de ello… ¿Brugman, has venido para recoger cargos y beneficios?... ciertamente no, y no quieres recompensas, un modesto hábito remendado te basta… ¿Brugman, quieres oír confesiones para enriquecerte?... ciertamente no, Brugman quiere dejar las ovejas con su lana y confesar la gente por el amor de Dios, y no para provecho personal… ¿Brugman, quieres abandonar a su suerte la gente que tiene la peste como algunos lo hacen?... ciertamente no, quieres quedarte siempre a su lado; ricos o pobres, quieres besarlos en la boca y serles fiel hasta la muerte.” Después de ello, pregunta a sus oyentes de ayudarlo para su fundación. Y cuando han levantado el dedo delante el crucifijo que sostiene en su mano, todos prometiéndole ayuda y asistencia, entonces concluye su extraño discurso con esas palabras que lo caracterizan dignamente: “Bueno, Hermanos míos, bien quiero quedarme con vosotros y dejarme el cuello si hace falta para que tengamos éxito en nuestra empresa.” Se comprende la magia que podían ejercer unas palabras tan fogosas sobre una audiencia, y las emociones de los asistentes, bien dispares, eso sí, según se veían acusados o galvanizados. Los protestantes se han aprovechado de Brugman, haciendo de su persona un “precursor”, aunque reconocieran que su fidelidad al Papa, su piedad simple y sincera, su irreprochable ortodoxia lo han siempre mantenido en el seno de la Iglesia católica. Murió en Nimegue, en junio del año 1473. 
Es a este hombre, algunas veces peculiar por la fogosidad de sus palabras pero siempre eminente en su doctrina y sus virtudes morales, a quién le 
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debemos la verdadera “Vida de santa Liduina de Schiedam”. La escribió en latín en tres épocas diferentes. La primera redacción fue al parecer un esbozo redactado pocos años después de la muerte de Liduina. Esta poco extensa y compuesta de testimonios orales como de escritos por otras personas, y de algunas conversaciones que Brugman tuvo con el confesor de la Santa. Esta primera obra es ciertamente anterior a la época de cuando Brugman conoció la existencia de Jean Gerlac, el pariente y huésped de Liduina. Por eso esta primera versión nos interesa menos. Todo lo que contiene de importante e histórico fue reintroducido por el autor en sus dos versiones posteriores. Estas dos, cuya primera parece ser anterior al año 1448 y la segunda del año 1456, los Bolandistas (Colaboradores jesuitas que prosiguen la obra hagiográfica iniciada en el siglo XVII por el sacerdote Jean Bolland (1596-1665) en Amberes, dedicada a la recopilación de todos los datos posibles sobre los santos católicos.) las han recopilado integralmente, llamándolas respectivamente “Vita Prior” y “Vita Posterior”. Esta última, la “Vita Posterior”, debía de ser en el pensamiento del autor y de los admiradores de Liduina, un monumento más digno de la Santa que la “Vita Prior”, pero ocurrió lo contrario. Ciertamente la última versión no carece de originalidad como de detalles nuevos e interesantes; las dos obras se complementan y ninguna de las dos no puede enteramente reemplazar a la otra. Es la razón por la cual los Bolandistas las han recogido las dos, “Hecho único en nuestra labor, dicen, y que probablemente no se repita nunca más.” En la “Vita Posterior” el estilo del autor es muy diferente de lo que era en la “Vita Prior”, ya no es el testimonio de una historia, pero un ininterrumpido panegírico. El autor se mantuvo desgraciadamente en la línea de un plan preconcebido: redujo toda la historia de la vida de Liduina a tres grados de la Vida ascética, la Purgativa, la Iluminativa y la Unitiva. En ella se liberó absolutamente y sistemáticamente de un orden cronológico, que no le parece “adecuado”. Sacrificando así a la concepción que muchos de sus contemporáneos se hacían de la historia, se excusa de ser un malo literato para tratar un tema de esa envergadura. Y por eso su relato de los acontecimientos, discretos e importantes de la vida de Liduina como de los momentos de alegría, no son otra cosa que referencias a las Santas 
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Escrituras, reflexiones personales del autor, exclamaciones conmovedoras,  de progresiones escalonadas y de antítesis bien mezcladas, en fin, todo un sistema de retórica pomposa y algo necia e infantil. En la opinión de todos los críticos, no es este panegírico pero la “Vita Prior” de Brugman que se queda como obra histórica de la verdadera “Vida de santa Liduina”. Es esta que nos servirá de referencia, sin privarnos, si cabe, de la aportación útil de otras fuentes. Escuchemos ahora Brugman revelándonos con ingenuidad las garantías de la verdad que garantizan su relato. Después de una introducción algo solemne, donde el orador suplanta el historiador, sigue así: “Que los que van a leer estas páginas sepan que la mayor parte de las cosas en ellas contadas me vienen de la boca de Jean Wouters de Leyden, quién fue durante ocho años el confesor de esta virgen y que aprendió todo de Ella. El resto, lo he recogido, en parte, de los escritos de Jean Gerlac, su pariente que vivió mucho tiempo con Ella en la misma casa y, por otra parte, de una carta que los magistrados de Schiedam dieron a Jean Engels de Dordrecht, religioso Prémonté de la abadía de Mariënweerd y cura de la ciudad de Schiedam, cuando quisieron testimoniar de las enfermedades de Liduina. Quedan algunos que otros hechos, pocos, que me fueron comunicados por otras personas, dignas de fe; y que he sometido antes al examen y aprobación de Jean Gerlac. En fin, todo lo que he podido descubrir, apelando a sus conciencias y en busca de la verdad, lo he redactado lo más cuidadosamente posible, rogando al Espíritu Santo en sus eternas Bondad y Verdad, en caso de que se me hubiera pasado por alto algún detalle disconforme con la verdad, de denunciarlo públicamente y prohibir, a toda costa, que el error se inmiscuye en lo verdadero. Esto, nos parece, el lenguaje de un hombre prudente y a la vez sincero. Brugman no ha conocido personalmente a Liduina. Pero fue su compatriota y su contemporáneo: cuando murió la Santa, en el año 1433, él tenía treinta y tres años. Si no fue personalmente testigo de los hechos que cuenta, toda la trama de su relato la debe a testigos oculares que han conocido de cerca la Santa, como su pariente Gerlac, su confesor, el cura de la ciudad, los magistrados de Schiedam. Todo el resto, una parte ínfima en el conjunto de la “Vita”, lo recogió de otros testigos dignos de fe, de los 
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cuales, además, hizo verificar las informaciones por los testigos de primer orden que hemos mencionado. Así Dios no habrá tenido la oportunidad de cogerlo en falta, a desmentirlo en caso de error y a llenarlo de vergüenza; Brugman, por su cuenta, ha hecho una crítica sobre todo este asunto (y una excelente crítica) “sin darse cuenta”, y sin mencionarlo expresamente. Gracias a esta necesidad de exactitud, a esta constante preocupación por una información seria y a esta lealtad que acompañaba siempre a la nobleza de su carácter, Brugman será para nosotros un guia seguro en el estudio histórico que vamos emprender; su “Vida de Santa Liduina de Schiedam” es una historia fiel y verídica. Es, sin lugar a dudas, la pieza maestra entre “estos magníficos documentos sobre santa Liduina que, en opinión de los Bolandistas no tienen comparación en cuanto a interés y veracidad entre todos los otros documentos relacionados con los demás santos del mes de abril.” 
Seamos claros. El testimonio que rendimos aquí a Brugman vale por la exactitud de los hechos relatados y no siempre por la interpretación que pueda dar de los mismos. A pesar de su talento y su sinceridad, Brugman es ante todo un orador popular y un hombre de su tiempo.  Cuenta y explica varios acontecimientos como todavía se concebían normalmente en el siglo XV. Dios por un lado, el demonio por el otro, parecían ser, no solamente el principio, pero también la causa directa del bien y del mal; no se contentaban de proponerlos, de inspirarlos al hombre, sino que los realizaban ellos mismos directamente. Cuando nuestro historiador se enfrenta a un acontecimiento oscuro o maravilloso, muchas veces concluye con una intervención que va más allá del orden de la naturaleza. Así, para él, es el demonio en persona quién perturba los elementos, vuelca cántaros y botes en la casa cuando muere el abuelo de Liduina, quién empuja el padre de la Santa en el canal de la ciudad, quién desata el nudo del ahorcado, etc., etc… Las exigencias de una historia verdadera y de una elemental crítica nos impondrán más de una vez interpretaciones algo diferentes de nuestro autor. El lector entendido en estas cosas lo entenderá. Si algunas veces tienda a separarse de un Brugman un tanto exégeta, somos los primeros en pedirle que esta sabia independencia no desvalore nunca la autoridad de un Brugman testigo, en cuanto al valor de 
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su testimonio como de los hechos por sí mismos. Dios solo, y su Iglesia, allá donde Dios la asista, están siempre infalibles en todo. (Nota: Con lo de “su” Iglesia infalible discrepamos, por supuesto, aunque reconocemos que es muy prudente respecto a los hechos sobrenaturales.) 
A los nombres de Gerlac y de Brugman, historiadores de Santa Liduina, se añadirá siempre el nombre, más famoso todavía, de Thomas a Kempis. Nacido en 1380 a Kempis, en Renania, en los confines de esta Holanda donde pasará toda su vida, Thomas Hemerken (Malleus o Malleolus) había acompañado, todavía joven, su hermano mayor Juan al convento de Windesheim, de donde surgió, en el siglo XIV, la célebre reforma monástica de este nombre.  Después de unos estudios en Deventer, bajo la autoridad directa de Florent Radewijnsz, se fue en el año 1399 al convento recientemente fundado de Monte Santa Inés cerca de Zwolle donde su hermano Juan era el prior. Es allí donde escribió todas sus obras.
Dios ha permitido que la “Imitación de Cristo” sea el único de sus libros por el cual no se ha encontrado todavía la prueba explicita de una autenticidad que es difícil poner en duda en el estado actual de las cosas. 
La “Vida de Liduina” por Thomas a Kempis, fue la consecuencia de una necesidad que se hizo sentir inmediatamente después de la publicación del libro de Brugman. En este entusiasta orador popular la moderación y la discreción no habían sido a la altura de sus cualidades de historiador. Por otra parte, su estilo, su realismo sobre todo, no podían convencer a todos los lectores. En el entorno eclesiástico y religioso se pedía una obra que debía juntar al valor histórico la cualidad de un lenguaje más medido y conforme a la dulce majestad de Esta víctima del sufrimiento. Los Canónigos Regulares de San-Agustín del monasterio Santa-Elisabeth de Brielle enviaron a sus colegas de Monte Santa Inés la Vida de la Santa, (los críticos son unánimes para decir que fue la “Vita Prior” de Brugman, según la comparación evidente entre los dos textos) y le rogaron en primera instancia de abreviarla y de volver a redactarla. Thomas a Kempis aceptó el trabajo. Su “Vida de la Virgen Liduina” está escrito en un estilo más simple y claro, más serio, más fluido que el de Brugman. Queriendo enseñar e informar solamente con rasgos de conveniencias y verdades estrictas, Thomas hizo desaparecer de la obra de Brugman las crudezas, 
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las ampulosidades y en general “todo lo que podía parecer dudoso y complicado para algunos de sus lectores.” Así algo aligerada bajo la pluma de Thomas, la historia no se hizo más corta. Al contrario, se enriqueció con detalles verdaderamente interesantes y típicos sobre la gran extática, gracias seguramente a nuevos datos proporcionados por los compañeros de Brielle que se encuentra a pocas leguas de Schiedam. El conjunto del trabajo de Thomas a Kempis deja traspasar en el monje de Monte Santa Inés una incontestable superioridad de tacto y de mesura, y un conocimiento mucho más profundo de las vías de la espiritualidad. No obstante su “Vida de Santa Liduina” no es una vida nueva, una obra original e independiente; es la “Vida” de Brugman reorganizada y revisada en el estilo digno y piadoso de los demás escritos de Thomas a Kempis. La base del relato es la misma que la de Brugman, que queda, incluso después de la magistral revisión de Thomas a Kempis, el verdadero historiador de Santa Liduina de Schiedam. Resumiendo, Jean Gerlac, el comensal de Liduina, incluido y enriquecido por Brugman, a su vez controlado y revisado por el eminente observador que era Thomas a Kempis, tales son los guías seguros que nos conducirán en el estudio de la vida admirable de Santa Liduina de Schiedam.   Además de estas tres fuentes principales hemos tenido acceso a los archivos de la ciudad de Schiedam y de la diócesis de Harlem y a casi toda la hagiografía consagrada a nuestra Santa. Nuestros lectores encontrarán una bibliografía, si no completa, por lo menos bastante detallada, al fin de este libro. 
Dentro de los historiadores más recientes, algunos, como Huysmans han proporcionado ante todo una obra literaria; (Nota: A pesar de unas inexactitudes sin mucha importancia, la obra emociona por su lirismo, y el primer capítulo, dedicado a la situación histórica de Europa en los tiempos de Liduina es verdaderamente apasionante.) otros como Coudurier o Kronenburg se han propuesto sobre todo una meta informativa y de consuelo moral; otros como Meyer, Scully, Nuyen y Mercator solamente han traducido una u otra fuente, Brugman o Thomas a Kempis. En las páginas a continuación queremos hacer solamente historia. Ciertamente las fuentes poseen su claridad e incomparable frescor. Pero también sus misterios, sus secretos, sus principios ocultos de vida y de fecundidad. Basta decir que guardan un 
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sitio para la historia. Sin duda nuestro relato no puede pretender al énfasis de piedad y de dulzura de los primeros biógrafos de la Santa, al igual que ninguna historia de la vida de Jesús no podrá igualar el encanto divino de Los Evangelios. Pero, por otra parte, la Historia en el sentido puro de la palabra, cuando quiere ser siempre sencilla y verdadera, aporta de igual modo, como cualquier otra disciplina moral, satisfacción a la inteligencia y a la buena voluntad del hombre, luz en la oscuridad, paciencia en el sufrimiento, energía ante el deber cotidiano: tantos bienes que son todavía algo útiles al género humano, y que la vida de una heroica y santa mujer puede recordar en el sentido de la perpetuidad.  (Nota: Nosotros subrayamos, porque la finalidad de esta traducción, es esta.)  
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